‘Miralda en La Carraca’ (2014) © Nelson Garrido
En lugar de encerrarse en el aula, Miralda apostó por caminar y en 1972 se establecía en Nueva York después de unos años en París, donde se había iniciado en prácticas más que performáticas. "Todo salía del encuentro con situaciones que has deseado o has vivido, la fiesta del barrio, el solsticio... de repente, viajando, las cosas toman otra dimensión", sintetiza.
Y es aquí donde arranca Miralda Madeinusa, la muestra con la que el MACBA revisa, documenta y analiza la producción del artista hasta los años 90, poniendo el foco en las acciones más emblemáticas realizadas en Estados Unidos. El artista se dio a conocer con la Movable Fest, una carroza llena de alimentos cedidos por los vecinos que circuló por la Novena avenida de Nueva York en 1974, y con instalaciones como Breadline: las Rangerettes, el equipo de baile del 'college' de Kilgore (Texas) colaboraron apilando las barras de pan de molde de colores.
A mediados de los 80, puso manos a la obra en una obra ambiciosa y extensa en el tiempo, que emana actualidad. Honeymoon project consistía en la preparación y consecución de ceremonias que incluían con el enlace entre la Estatua de la Libertad de Nueva York y el monumento a Colón de Barcelona (parte del ajuar de la novia se exhibió en la Bienal de Venecia en 1990). Más tarde, haría Santa Comida, una instalación del fondo del Museo que se recupera para la ocasión en la Capella del MACBA.
La comida es un asunto casi sagrado para Antoni Miralda (Terrassa, 1942). Hace poco más de un año, coincidiendo con el Día Mundial de la Alimentación, inauguraba un altar en honor a Sant Stomak en una de las paradas de la Boquería. En un mercado –de joven, Miralda los recorría buscando inspiración–, lugar de paso lleno de olores y colores, topas con un monumento que invita a depositar ofrendas a la deidad. Resuenan las obsesiones que han marcado la trayectoria del artista, el ritual, la celebración, los alimentos, el espacio público, la participación, el kitsch, y al tiempo funciona como altavoz de Food Cultura, el laboratorio desde el que Miralda y los suyos exploran las implicaciones artísticas, sociales y económicas de la comida. "La materia es la fragilidad, la no permanencia, forma parte del día a día, y finalmente te das cuenta que tiene una dimensión comunicativa y permite establecer muchas conexiones", reflexiona el artista en el hall del MACBA.