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Miró/Calder

  • Arte
  • 3 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

3 de 5 estrellas

Los artistas son como las setas. Cuando encuentras uno, cerca hay un montón más. Y el aire, el ambiente, establece un juego de correspondencias secretas que pueden culminar en admiración, infección y / o amistad. Es el caso de estos dos niños que se negaron a crecer: Joan Miró y Alexander Calder. El uno del pasaje del Crédito, junto a la tienda Custo Barcelona de la calle Ferran. El otro, de Filadelfia, no muy lejos de las escaleras que subía Rocky cuando entrenaba.
¿Que la comparación es frívola? ¡No! Miró y Calder entrenaban en el mismo gimnasio de boxeadores en París. Miró era bajito, pero Calder era un armario. Y como el acto de pintar y el acto de boxear son dos 'ballets' fuerza distinguidos, Miró pidió a Calder que la enseñara. Calder le llevó a su parroquia metodista, el baile semanal, pero no lo logró...
Miró y Calder, dos setas solitarias, conectados por el afán creador. Dos amigos que intercambiaban obra, puñetazos –con las reglas del marqués de Queensberry– y un mismo afán poético. Dos amigos reencontrados, de forma excepcional, en la galería Mayoral.
Cuando Calder conoció a Miró, el catalán estaba creando una 'Bailarina española' diminuta: con una pluma, un trozo de corcho y una aguja sobre un cartón. Cuando Miró conoció Calder, este presentaba su circo de alambre y múltiples ingenios miniaturizados a quien lo quisiera presenciar. Cabía en cinco maletas, y montó una sesión en el Mas de Montroig, entre agricultores y vasos de vino, mientras sonaba el fonógrafo la célebre canción 'Ramona, belle brune de Barcelone'.
Qué mejor que una exposición como ésta para constatar que los artistas también pueden ser amigos y que, más allá de las obras, hay esporas que flotan y nos revelan secretos intangibles.

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