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Explosió! El llegat de Jackson Pollock

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La pintura es el sustrato del lenguaje. Los ‘salvajes’ de la cueva de Chauvet, hace unos 35.000 años, pintaban de la manera más realista posible los animales que pretendían cazar. No me extrañaría que tuvieran más desarrollado el lenguaje del dibujo que el del habla. Una ‘primitiva’ religión chamánica les permitía manipular el azar para conseguir sobrevivir.
Y un montón de siglos después, glaciación incluida, un artista norteamericano llamado Jackson Pollock da un paso más en la modernidad haciéndose el neoprimitivo: pintura de automóvil derramada frenéticamente en el suelo mientras danza en éxtasis movido por el jazz y el alcohol. Nada nuevo, tan sólo la culminación de unas vanguardias que empezaron en busca del “buen salvaje” y acabaron abominando a la civilización racionalista.
La Fundació Miró acoge una versión de esta historia, partiendo de las action paintings de Pollock para llegar a una serie de happenings, situaciones y arte conceptual, entre las décadas de 1950 y de 1970. Mirémoslo de otro modo, la gran tradición pictórica simboliza la confortable ciudad occidental, y el camino emprendido por Pollock en dirección al ‘salvaje oeste’.
En este viaje se verá acompañado por otros indignados, como el grupo japonés Gutai –encabezado por Shozo Shimamoto–, los deliciosamente franceses Niki de Saint-Phalle –feminista que dispara contra todo lo que se mueve–, Jean Tinguely –fabricante de máquinas que pintan– e Yves Klein –sus pisadas azules de cuerpos femeninos no son sino una actualización angustiada de Matisse–, masoquistas integrales como Herman Nitsch, y rebotadas deliciosas como Yoko Ono y Ana Mendieta.
Fijémonos en que el salvaje Chauvet era plenamente contemporáneo, creía en el chamanismo para controlar el azar, mientras que los modernos que han asistido a una serie de guerras donde los progresos de la humanidad han servido tan sólo para el exterminio en masa y la alienación, pretenden refugiarse en el azar y un primitivismo idealizado que en casos como el de Warhol persigue el autismo y el de Allan Kaprow, nuevas formas tribalizadoras. Unos quieren penetrar la realidad, los otros, rehuirla o trascenderla mediante el éxtasis doloroso.
Hay un poso romántico en la aventura iniciada por Pollock. Los pintores, quiero decir los buenos pintores, se acababan suicidando o muriendo en trágicos accidentes, y por el camino arrastraban tormentosas relaciones de pareja, conflictos edípicos y largas horas de diván. Su afán no es muy diferente del emprendido por los dadaistas. Eso sí, con más tiempo, perspectiva y refinamiento, como demostrarán Cage y Fluxus. Los separa, eso sí, la sociedad de consumo.

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