“Tenemos un pequeño don, que no se puede fingir”, dice Antonio Gutiérrez, en el Bar Andalucía. Se queda corto: en términos de bonhomía, Antonio es una fuerza de la naturaleza. Si tiene tiempo, al cabo de tres minutos ya te estará explicando que sus hijos no comen fruta porque no quieren pelarla. Este barazo, nada de barecillo, abrió en 1969, en el corazón del Poblenou fabril, y ha visto todas las transformaciones del barrio, siempre dando de comer y de beber a los currantes. Es un hombre de detalles: si vas a comer –un menú excelente a 10,90 euros con... ¡once primeros y catorce segundos!– te pondrá un platito con patatas chips y fuet de cortesía, también una botella de moscatel frío con la tarta de Santiago. Antonio sufre de verdad para que estéis bien.
No los encontraréis en el meollo de Barcelona. Difícilmente los pisa algún turista despistado. No saben qué es el diseño de interiores y prefieren las anchovas a los huevos Benedict. Más que bares, son puntos de reunión de los vecinos, sitios donde se cocina, y mucho, todo lo que se pone en el plato y el vaso. Donde la gente se saluda por su nombre. Si los queréis conocer, os están esperando.