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Los dioses de la ciberguerra han estado bastante entretenidos últimamente, provocando la furia de los mares. De Hollywood nos va llegando una corriente ingente de cotilleos, e-mails mal intencionados y fotos de las estrellas en pelotas que empieza a rozar el límite de la desproporción. El asunto de los hackers empieza a ser serio. Y Michael Mann quiere que entendamos, de una vez por todas, los peligros de esta realidad. Sólo hay que ver cómo empieza 'Blackhat', estilo 'The wire', con unas cuantas imágenes de cables y conexiones, ordenadores y servidores, microchips y otros elementos de la constelación digital, que llevan hasta un reactor nuclear. Y se produce el desastre. Mirándoselo, un señor malo de la talla de los malhechores de James Bond acariciando un gato.
Sin embargo, Michael Mann parece no darse cuenta de que está haciendo su propio 'Skyfall'. Él hace hincapié en lo que mejor se le da: el uso de un guión excepcional, con nervio y garra, lleno de palabrería técnica que cuela como si fuera una cuestión de estado. Los elementos de la trama son los siguientes: tenemos una herramienta de control remoto, un programador criminal que trabaja entre rejas, a la sombra de una celda fea como un nido de ratas. Las autoridades lo necesitan para desencriptar un código secreto. Y si de vez en cuando hay que quitarse la camiseta para enseñar estos suculentos pectorales que tanto animan a los fans de la Marvel, ¡mejor, tú!
'Blackhat' podría definirse como una película para niños de coeficiente intelectual elevado, con una trama frenética, una historia de amor inverosímil y la clásica persecución urbana donde un caucásico corre entre las paradas de un mercado oriental. Cabe decir que Mann no logra el toque de gracia interpretativo que le daba Al Pacino en películas como 'Heat' o 'El dilema', pero muchos estamos contentos de que vuelva a su línea habitual, después de 'Enemigos públicos'. Nadie como él sabe filmar la noche de la metrópoli, un espectáculo con danza de luces incluida.