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Es lo que en términos gastronómicos se conoce como un hartaburros. Una fábula poliquística, sin ningún tipo de sentido de la narración, donde la fantasía se vende como si fuera pescado de lonja. Se estrenó en Broadway en diciembre del 86, con música de Stephen Sondheim y dirección de James Lapine, anunciándose como un remix de cuatro relatos archiconocidos, encadenados bajo el hospicio de un bosque gobernado por las sombras de la noche: 'Jack y las habichuelas mágicas', 'Caperucita Roja', 'La Cenicienta' y 'Rapunzel'. Ahora, este revoltijo de historias para acostarse llega al cine, para poner a prueba nuestra paciencia. La 'grande bouffe' de los cuentos de hadas.
Alineación astral, hace unas semanas los de Intermedio publicaron los cuadernos que Jean Cocteau escribió en 46, durante el rodaje de 'La bella y la bestia', una película maravillosa, de una magia vanguardista delirante. Es así porque el lirismo de Cocteau venía propulsado por un gran sentido de la medida. El tipo se esforzaba en cuidar cada detalle como quien desgrana un racimo de uvas grano a grano. Aquí, en cambio, todo va directo a la barrica. En treinta minutos de reloj ya hemos pasado por el estómago del lobo, hemos visto caer un gigante de las nubes y un príncipe azul se ha quedado ciego en un foso de zarzas. Y aún queda más de una hora y media, larga como un día sin pan.
No es 'Shrek', porque no hace gracia. Tampoco es 'El maravilloso mundo de los hermanos Grimm', aquel clásico del Cinemascope que de pequeños nos ponían cada Navidad, donde todos los héroes de cuento, desde Blancanieves hasta Pulgarcito, iban a velar a su autor en el lecho de muerte, estilo 'Big fish'. No lo es, porque entre las muchas faltas de 'Into the woods' está la ausencia aberrante de una conciencia del clímax. No sé decir si es que no la tiene, o si es que hay tantos que se anulan. Por suerte, como decía aquel, esto no ha sido más que una pesadilla, y cuando nos despertamos, todo se habrá reparado.