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Escojan cualquiera de los muchos parados de 50 años que hacen cola en el INEM, denle una cámara oculta y recojan el resultado de sus filmaciones. Será, es obvio, la crónica de una impotencia, el retrato de esta ley del mercado que ha aplastado a hombres y mujeres con décadas de experiencia que, de repente, se someterán a las humillaciones generadas por el sistema administrativo propio y las grandes empresas y, lo peor de todo, que obligan a los desfavorecidos a asumir el papel de explotadores si quieren sobrevivir. Stéphane Brizé, que a veces se pasa de la raya en la desgracia de su héroe, hace un film humilde y enfadado, y encuentra en el rostro lacónico de Vincent Lindon la perfecta traducción de los efectos de una crisis que, por mucho que digan, está lejos de haber desaparecido.