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Cuando éramos pequeños, los veranos eran una rutina de Tortugas Ninja y Frigopiés, con alguna remojada en una piscina de agua recalentada donde todos nos sentíamos como salmones de piscifactoría. Y sí, éramos inconscientemente felices. Pero no los reyes. No éramos como estos tres niños, que parecen una moderada versión de los terribles guerreros de William Golding, tres mosqueteros en edad de tener granitos y una mosca bajo la nariz, que se escapan de casa con un cargamento de latas de conservas y raviolis de bote y se van a vivir al bosque, en una caseta construida con restos de porche y algún tablón de madera robado. Y se dedican a hacer el salvaje en plena selva, como el chavalín que Spike Jonze envió a hacer peleas de rocas en el país de los monstruos, como aquella especie de Pip de Louisiana que acompañaba Matthew McConaughey en 'Mud'. Tres adolescentes que pescan con arpón, hacen danzas tribales y se dejan crecer bigote creyéndose tan hombres como Robinson Crusoe. Ésta es la auténtica fantasía en la que todos los críos, de ahora y de antes, soñábamos mientras pasábamos aquellas insoportables mañanas de calor de agosto amorrados a un maldito cuaderno de vacaciones que no había manera de terminar. Ellos sí que son los reyes del verano.