Con estos musicales 'prêt-à-porter' sucede como todo en la vida y en el escenario: hay clases y clases. O presupuestos y presupuestos. O como decía el personaje de Rita Moreno en 'Sweet Charity': hay copias y copias de copias de Chanel. Bajo la apariencia de un producto que se clona alrededor del mundo para no desviarse ni un milímetro de la senda del éxito se venden en realidad distintas categorías de la misma producción. La que ahora luce en la marquesina del Tívoli se presenta como idéntico al montaje de Londres o Nueva York, pero quitamos dos, tres o cuatro bailarines, ahorramos en vestuario, bombillas led y juegos de luces, eliminamos elementos escenográficos grandes y pequeños, reducimos los giros del autocar Priscilla y casi escamoteamos de paso el momento de karaoke 'diva del desierto', acompañando el 'Sempre libera' de la locaza Traviata con un trapo desfallecido.
Vale, la coreografía es casi la misma –adaptada al cuerpo de baile– y el texto –excepto algunas morcillas caseras– el original. Pero lo que de verdad se ha perdido en el misterioso proceso de la repetición es el espíritu 'bola de espejuelos' que tiene esta historia para todos los públicos de dos drag-queens y una transexual que se adentran en el desierto de Australia para ser salvadas por la bondad del mundo. Una nube de azúcar que ya flotaba sobre la película. Le falta esa chispa que pone a bailar al público con el primer temazo disco de su banda sonora. Y también mejores actores para unos personajes con tantas máscaras, aunque José Luis Mosquera hace con la 'trans' Bernadette un muy buen papel, clavando las frases estilo Bette Davis en 'All about Eve' y el perfil camp de Gloria Svanson en 'Sunset Bulevard'.