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Restaurantes literarios de Barcelona

Paseamos por la ciudad al rescate de los rincones que han visto y tocado los escritores que han vivido en Barcelona

Escrito por
Andreu Gomila
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©Ivan Moreno

No sé vosotros, pero este lector, algo mitómano y catacaldos, tiene la sensación de que esto del glamour de bares y restaurantes, memoria silenciosa de la literatura contemporánea, del siglo XIX hasta ahora, es de otra época. De cuando los de la Gauche Divine cenaban en Flash Flash, todavía digno y de visita obligada, o pasaban la tarde con un gin-tonic y un bikini en el Pippermint (Bori i Fontestà, 20, T. 93 201 00 08), hoy orgulloso de mostrar en su web fotos de Messi y Víctor Valdés, 'olvidados' Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma. Hoy, los escritores de la crisis, los de menos de 40, apenas bajan al bar que tienen debajo de casa a charlar, como Llucia Ramis, que nos dice que es fan de la bodega Quimet, tal vez por sus espectaculares banderillas. O Cristian Segura, que hace terminar 'Ciment armat' en Monterrey, punto de referencia de su universo del Upper Diagonal. Más que de restaurantes de 'capipota', los autores de ahora se refugian en bares de toda la vida, con cierto carisma retro, como la Bodega d'en Rafel y el Quimet y Quimet, cuarteles generales de Kiko Amat, Miqui Otero y compañía. Lugares donde no encontraréis nada que os indique que allí se ha pensado la Barcelona literaria moderna, donde se han puesto a parir los autores rivales y se han dicho pestes de editores, agentes y premios literarios.

Pero hubo un momento, entre los años 50 y los 80, cuando aún nadie moría por ir al último restaurante de moda, en el que Terenci Moix vivía en la Granja Gavà (Joaquín Costa, 37, T. 93 302 38 45) –ahora ridiculizada en un triste local 'cool' pasado de moda llamado Beirut–, Manuel Vázquez Montalbán pasaba el mediodía en Casa Leopoldo, García Márquez escribía en el Mundial, Gabriel Ferrater y Blai Bonet discutían con estudiantes hasta las tantas en el finito La Gota de Oro de Sarrià, Mercè Rodoreda citaba a sus amigos en el también desaparecido La Punyalada y en las sillas del Bauma (Roger de Llúria, 124, T. 93 207 54 31) se sentaba Joan de Sagarra. Si tenemos que buscar un mito reciente, deberíamos ir a la terraza del Estudiantil (Gran Via de las Corts Catalanas, 592, T. 93 302 31 25), donde el huidizo poeta Miquel Bauçà citaba a su editor, Bernat Puigtobella, para comentar las obras que tenían en cartera. Era la única persona que veía durante semanas, y en el bar no sabían, claro, que allí despachaba el mejor poeta catalán del último cuarto del siglo XX. En el Cèntric, ahora brillantemente recuperado, tampoco recuerdan que A.G. Porta y Roberto Bolaño sellaron en los 70 una gran amistad, y que el bar terminaría siendo protagonista de 'Los detectives salvajes'. El local no ha cerrado nunca desde que el catalán y el chileno lo descubrieron –Bolaño vivía al lado–, pero ahora se parece mucho a como era hace 40 años. El Castells debe ser igual a como era cuando el gran autor bebía té para apaciguar el apetito. Por suerte, el Cèntric no es todavía el Deux Magots parisino, albergue de los existencialistas Sartre, Camus y Beauvoir, donde te clavan 20 euros por dos birras.
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©Ivan Moreno

Sin embargo, sí que hay dos locales que se han convertido en sede de la escasa masa crítica literaria con ganas de convertir en mito su paso por la tierra. Uno es Il Giardinetto, centro de operaciones de Vila–Matas y de muchos otros grandes autores barceloneses. Allí, por ejemplo, se presentó 'Los detectives salvajes' y en la web de Vila-Matas podemos ver una foto mítica, tanto o más que aquella de García Márquez con un ojo morado provocado por Vargas Llosa, con Bolaño, Ignacio Martínez de Pisón, Javier Cercas y Jorge Edwards. La nueva 'starlet' de la literatura barcelonesa, Milena Busquets, también frecuenta el restaurante, seguramente viciada por su madre, Esther Tusquets.

El otro local 'importante' de la Barcelona literaria actual es Casa Agustí. Los imparables Sebastià Alzamora, Hèctor Bofill, Manuel Forcano, Txema Martínez Inglés y compañía comían a menudo, quizá acompañados de Enric Sòria o Sam Abrams. Quizás algún día podríamos hacer una comparación semiótica entre este restaurante y el de Gracia, entre el mundo 'castellano' y el 'catalán'. Y en medio poner el Quimet y Quimet y el Rafael, síntesis joven de aquellos dos universos que parecían tan distintos y separados, pero que ahora se mezclan con una naturalidad corriente. Otra prueba es el nido de los poetas de Barcelona, ​​L'Horiginal. Aquí sentiremos recitar en un idioma u otro sin que nadie monte una guerra civil. Las copas no demasiado caras y, este sí, pone cara de casa de escritores. Son de ahora, sin embargo, y no hay ninguna nostalgia al alcance. Dentro de 20 años, cuando Josep Pedrals tenga la gemelos en la universidad y Francesc Garriga, una estatua delante del bar, tal vez las Deux Magots será el 'chino' de la Rive Gauche. Y, citando una novela de David Castillo, no miraremos atrás.
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