Un texto de desencanto posmoderno con muy mala baba y mucho más hiriente de lo que podría parecer en un primero momento. Obra socarrona que invita al cachondeo crítico aunque la ironía no cale en un público que reacciona desconcertado y serio ante la ingeniosa palabrería que ridiculiza el pensamiento crítico que nace en un bar hipster. Aguilà deja en evidencia a los suyos, maestros del humo cuando lo único que les importa de verdad es superar los obstáculos eternos y elementales que se levantan entre ellos y el amor y el éxito. Buen trabajo que lamentablemente no llega al espectador, que parece creerse que ese elaborado nonsense –con un punto casi marxista, de los hermanos– podría ser realmente la ridiculización de los movimientos sociales alternativos. En realidad, se cuestiona a sus potenciales líderes, no su necesidad.
Pero el juego irónico no llega. La reacción –o ausencia de ella– no es la correcta. Y eso a pesar de la extraordinaria defensa que del texto hacen los tres intérpretes protagonistas. Ni ellos ni el autor muestran la menor piedad por sus personajes. Las entregadas actuaciones de Magda Puig, Marc Rodríguez y Pau Vinyals entrañan mucho más dificultades de lo que aparentan por la soterrada caricatura que encierran sus personalidades. Ridículos hasta la exasperación sin perderles el respeto. El personaje más interesante es el friqui interpretado por Vinyals, un Travis Bickle catalán ('Taxi Driver') que se destapa ante el púbico como un caos humano de reacciones imprevisibles. Genial su última aparición con una taza de váter en los brazos. A consideración del espectador queda si esa imagen final es un relicario biográfico del personaje o un homenaje encriptado de la provocación de Duchamp.