Ferdinand Bruckner, a finales de los años 20 del siglo XX, ya sabía lo que le venía encima: el desencanto, la barbarie nazi. Primero escribió 'El mal de la juventud' y, poco después, 'Los criminales', una pieza muy moderna para su tiempo y que hoy nos llega con unas posibilidades técnicas que él ya debió imaginar. El primer acto, cuando nos mete en una escalera de vecinos, como Georges Perec en 'La vida, instrucciones de uso', es excepcional. Y cuando despliega todas las fechorías que se cometen, de piso en piso, de hogar en hogar, nos hipnotiza.
Levantar 'Els criminals' requiere un prodigio, un gran teatro. Y el montaje que ha ideado Jordi Prat i Coll en el TNC es estéticamente imbatible, con, de entrada, el perfil de un edificio con diferentes viviendas donde los intérpretes desarrollan todas las microtramas de este rompecabezas. Necesita, sin embargo, cierta proximidad, cierta amplificación, un zoom cinematográfico, para que el espectador no se pierda. Algo que la función no tiene.