La màquina Hamlet
'Màquina Hamlet', o 'La màquina Hamlet', como han decidido titularla en la Sala Atrium, es la cima del teatro posdramático del último cuarto del siglo XX. Una obra de solo nueve páginas en la que Heiner Müller destiló todo el conocimiento que había adquirido del texto clásico de Shakespeare después de cerca de treinta años de estudio, y de obsesión, aparte de verter en ella su biografía. Un ejercicio de depuración duro y espinoso que lo deja todo en manos del director de escena, obligado a interpretar cada una de las palabras del dramaturgo alemán, todas decisivas, ninguna arbitraria. Marc Chornet ha decidido situarla en una habitación de hotel y contar con solo dos intérpretes (Xavier Torra Xuriguera y Anna Pérez Moya), y apostarlo todo al diseño de sonido, algo que ya hizo Bob Wilson en una de las más icónicas puestas en escena de la pieza, en los años 80. De ahí que ofrezca auriculares a los espectadores, que no recibirán instrucciones ni nada parecido, sino que los utilizarán para sumergirse más profundamente en la pieza. La elección del director de los dos únicos intérpretes, un actor y una actriz, en un lugar ajeno es brillante porque, al fin y al cabo, son Hamlet y Ofelia lo que nos importa. Müller cita a otros personajes de la tragedia, pero también Electra o Raskólnikov de 'Crimen y castigo'. El dueto es una buena elección, con un actor hierático, sobrepasado, y una actriz que lleva al terreno físico la interpretación. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra, están