Es una esquina consagrada al calzado desde 1926: todo empezó con un limpiabotas, después llegaron las zapatillas y en 1996 los propietarios traspasaron el negocio a Paco Jiménez, quien había aprendido a reparar calzado en Cáritas y siguió especializándose en alpargatas (en un espacio reducido, él y su mujer acumulan cerca de 200 referencias). Hablan del oficio, de la palabra 'finissage' (acabado, en francés), que les encanta, y de la manera de vender un producto tan asequible y básico: sonríen, casi siempre, también a las abuelas que entran en la tienda solo para descansar cinco minutos.
Muchas de estas tiendas no constan en el último Catálogo de Establecimientos Emblemáticos aprobado en marzo de 2015 por el Ayuntamiento, porque no tienen “elementos tangibles de interés arquitectónico, histórico-artístico y paisajístico” para ser reconocidos como tal; eso sí, como negocios de toda la vida tienen un valor incalculable (e intangible): siguen activos después de años de actividad y representan una forma genuina de entender el comercio de proximidad y el oficio. No os quedéis solo con el escaparate singular; id hasta el mostrador y que os atiendan profesionales que tienen historia –de dos o tres generaciones– y maestrazgo. ¡Larga vida!