Con una vista bonita frente al mar y junto al puerto de Barcelona, el 1881 del grupo Sagardi –toda una institución en cocina vasca en la capital– se erige como el restaurante del Museu d'Història de Catalunya. Arroces, marisco y pescado del Mediterráneo con recetas del País Vasco. No podían faltar las cocochas de merluza ni el bacalao a la brasa, dos tótems de la cocina del norte, como tampoco la media, en este caso de vaca vieja, de unos 400 gramos. Para coger fuerzas y asumir el festín que estáis a punto de experimentar, dirigíos a la terraza y dejaos imbuir por el espíritu marinero saboreando uno de los cócteles y vermuts mientras os acompaña la brisa embriagadora del mar.
En la Barceloneta hay dos de las playas más emblemáticas de la ciudad: la de la Barceloneta y la playa de San Sebastián. Pero hay mucho más, por supuesto. Las cerca de 70 hectáreas que existen entre el mar, el Moll d'Espanya, la Ribera y el Puerto Olímpico, condensan cientos de buenos restaurantes, bares, tiendas, plazas, mercados y rincones que configuran, en buena parte, el carácter de la ciudad.
En 1992, cuando Barcelona acogió las Olimpiadas, la ciudad empezó a prestar atención a este barrio que hasta entonces había sido bastante ignorado por la administración. El cambio trajo mejoras estructurales pero, como ocurre a menudo, también propició que la Barceloneta perdiera parte de su autenticidad hecha de vida en la calle y de alegría sin normativa y que se convirtiera en una golosina para la especulación inmobiliaria.
Hoy la Barceloneta conserva el espíritu de pueblo de pescadores. Las casas bajas permiten que el sol penetre las calles –una solución para luchar contra la insalubridad en el siglo XVIII– y hacen olvidar que si giras la espalda al mar, te encuentras la urbe. Las grandes superficies no acaban de entrar y el pequeño comercio todavía resiste.