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Detrás de su apariencia de drama doméstico a la inglesa, educado y distante, '45 años' esconde una versión de 'Persona' hecha para todos aquellos matrimonios que hayan de celebrar las bodas de oro (o de plata) en las próximas semanas. Al fin y al cabo, y como muy bien ilustra la mejor secuencia de la película, la vampirización femenina se produce en el terreno de las imágenes proyectadas desde el pasado, en una pantalla espectral que invoca el implacable paso del tiempo y sus efectos en la percepción que tenemos de nosotros mismos, de los que hemos vivido y que hemos perdido por el camino.
'45 Años' conforma un excelente díptico con el anterior film de Andrew Haigh, la sutil 'Weekend'. Si aquella plasmaba el nacimiento del amor, esta es su némesis: esto es la crónica de una revelación sombría, la que nos abre los ojos para decirnos que quizás no conocemos la persona a quien amamos y con quien hemos compartido la existencia. La llegada de una carta, que envuelve un cadáver como si fuera un sudario, transformará la mirada de Kate, a quien empieza a costarle reconocer su marido, y lo que es peor, a reconocerse a sí misma.
Haigh dirige esta obra de cámara con manos de vidrio y sensibilidad de orfebre. Con la delicadeza no exenta de dureza de un cuento de Charles Baxter o Alice Munro, el filme no obvia obstáculos –una preciosa escena de sexo– ni situaciones incómodas, aunque desprende una familiaridad que da miedo. Y con Charlotte Rampling, una actriz que, como diría Raimon, no es de ese mundo.