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El regreso de los Monty Python se debía vender solito, como la promesa de un nuevo refrito de sus gags y ocurrencias. Les podíamos perdonar que hubieran perdido vigor físico por la edad, pero no que les saliera una película tan poco ágil, donde no funcionan bien ni las marcianadas de siempre. Y es cierto que la voz en off, con locución de Robin Williams en uno de sus últimos papeles, está resuelta con gracia.
El principal problema es el protagonista, un Simon Pegg demacrado, dotado con poderes divinos, que resulta agotador desde el inicio. El destino de la humanidad está en sus manos, y si utiliza los dones de manera correcta logrará salvar el planeta. Si no, la población mundial se irá al traste. Esta trama, un producto de ciencia ficción imaginativo del estilo Gilliam, está salpimentada con algunas bromas semidecents y una moral encantadora sobre la libre voluntad y los deseos que cada hombre y mujer decide cultivar. Pero la crema no acaba de cuajar.