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No sé decir si esto es un 'thriller' sobre un neurocirujano que cae en una especie de delirio ultraparanoico, la historia de un jardín que ya no produce fresas (ay, Bergman!) o bien un cuento que pretende reivindicar la memoria del Holocausto con el regusto del 'spleen' afrancesado. Philippe Claudel se debe sentir tan inseguro con un solo poste que va lanzando carne al estofado sin medida, intentando que la cosa coja espesor a base de ir añadiendo sedimento. Y el resultado, por desgracia, roza el estrabismo. Claudel sabe jugar las cartas del suspense con suficiente fuelle. La trama de la prostituta suicida está a la altura de un buen Simenon, del 'Maigret en el Picratt's', por ejemplo. Hay tensión, hay psicología. Y Kristin Scott Thomas está que enamora, como siempre. Pero la fuerza de las partes queda mitigada en un conjunto que, como tal, hace aguas.