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'Deuda de honor' está más cerca de 'Meek’s cutoff' que de 'Caravana de mujeres', no digamos de 'Johnny Guitar' o 'Encubridora', todas excepciones preciosas a las exigencias sexistas de un género, el western, que escupe, dispara y habla con la voz de la testosterona. Si la magnífica 'Los tres entierros de Melquíades Estrada' explicaba la historia de una obsesión ausente, espectral, que podría haber llevado el nombre de Eurídice, en 'Deuda de honor' la mujer parece la esponja de todo lo que tenía de irracional vivir en las tierras áridas de Nebraska cuando el hambre y la pobreza eran los únicos frutos de la conquista del Oeste.
Tommy Lee Jones ha hecho un western feminista, insobornable y arriesgado. Un desertor del ejército, indigno y de baja estofa (Jones), hace de guía a una granjera noble (excelente Hilary Swank), a quien se le ha pasado la edad de casarse y dejar de ser una paria, y a su singular equipaje, un carro enrejado que transporta a tres mujeres locas, de camino a un paraíso al otro lado del continente.
Jones es un cineasta humanista, que, como Clint Eastwood en su momento, desmiente su imagen de tipo duro, estólido, mostrando una sensibilidad insólita en los retratos femeninos. Así pues, 'Deuda de honor' es una absoluta rareza: su apariencia clásica, de invocación de las formas de un cine que se toma su tiempo para comprender a sus personajes en el contexto de un género que ha pasado todo tipo de revisiones médicas, esconde un experimento bastante radical, narrativamente imprevisible –hay un golpe de guión que desgarra la película por la mitad– y completamente alérgica a cualquier tentación de restitución de los mitos del western.