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En 1981, Peter Weir dirigió 'Galípoli', una película bélica cruda y fantasmal sobre la famosa y salvaje batalla de la Primera Guerra Mundial que enfrentó a australianos y a turcos. Ahora, Russell Crowe debuta como director con una historia que quiere ir más allá: él mismo, genio y figura, se pone en la piel de un padre que perdió tres hijos en la masacre y ahora vuelve, después de la muerte de su mujer, para encontrarlos. Historia, épica, melodrama, misticismo y antimilitarismo se mezclan sin orden ni concierto, como si Crowe fuera repartiendo juego con no demasiada convicción. Lo que quiere no es tanto construir un relato como copiarlo de otros modelos preexistentes. Se le va la mano, claro, y la sucesión de clichés acumulados culmina cuando él mismo se propone como galán, una nota de delirio enloquecido que se convierte en lo más divertido de la película.