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Sería un poco absurdo acusar a Joel Joan y a Sergi Lara de falta de sutileza en el trasfondo ideológico de 'Fénix 11.23', ya que el filme toma la forma de un ataque frontal –ergo, honesto– ante una situación que entienden (y es) repugnante. Tampoco es criticable que a la hora de adaptar el caso real de Èric Bertran, el niño que en el 2004 fue acusado de terrorismo informático tras pedir a una cadena de supermercados que etiquetaran sus productos en catalán, los directores hayan querido que la narración se mantenga fiel a la pesadilla que significó para sus protagonistas, en detrimento del potencial satírico, ácido y casi kafkiano de la historia. Es más cuestionable que estas opciones se traduzcan en una puesta en escena que subraya y condena, rascando simbolismos en cada rincón de la imagen y dañando los mecanismos dramáticos del filme. Un hecho lamentable para todos que entienda el cine como una herramienta de reflexión. Porque, por desgracia, de propaganda, ya vamos bastante servidos.