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Por más que se haya intentado vender como un 'softcore' con escenas de sumisión, la nueva película de Chan-Wook Park está mucho más cerca del relato gótico de caserón con cortinas agitadas por el aire y luces que se aflojan de intensidad. Estamos en una mansión japonesa en la Corea colonizada, durante los años 30, donde vive un sabio perverso que tiene una biblioteca vigilada por una serpiente de granito, donde guarda una colección de libros lúbricos, llenos de dibujos de señoras gordas penetradas por pulpos. Y donde está la puerta a un sótano misterioso.
En su cinta anterior, 'Stoker', Park Chan-wook nos ofrecía un 'remake' camuflado de 'La sombra de una duda' de Hitchcock, donde había lugar para los ojos de loco del tío Charlie y la sospecha paranoica que casi acaba con la vida de Teresa Wright. Aquí, suena un eco lejano del enigma truncado de 'Vértigo', con nuevos elementos. El fantasma de una mujer que se colgó de la rama de un cerezo. Una sobrina que vive enclaustrada. Un cajón lleno de guantes, unos pendientes azules. Y un crimen diseñado con estrategia infalible que se rompe por culpa de la pasión amorosa.
Lástima que el pulso no aguante, que el ritmo del suspense quede en aguas estancadas a medio camino. Lástima que el rompecabezas se divida en tres partes excesivas, que van perdiendo tensión de la una a la otra. Y lástima que la atracción fatal entre criada y ama, lo que nos decían que traería tanta cola, quede en un plano tan epidérmico, sin magnetismo ni recámara. Cuesta creer que dos chicas que comen piruletas en la bañera puedan hacer y deshacer con tanta solemnidad.