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La gente, aquí, muere. Es matemático. 'Mil maneras de morder el polvo' es la triste realidad que se cuece en torno a la vida de un pastor de ovejas con pocas luces. Se llama Albert Stark y vive aislado en una burbuja de infantilismo y escaso ingenio que choca con las costumbres del viejo Oeste, ignorando los peligros que se esconden campo a través. Pero no, este no es un 'western' convencional, sino una exhibición de humor que va del chiste más estúpido al gag grotesco, todo alrededor de las situaciones más ridículas en las que un vaquero puede perder la vida. Y sí, decapitado por un bloque de hielo es, por extraño que parezca, una opción.
La trama no nos dice nada nuevo. El tal Albert supera una depresión postseparació con la ayuda de una exuberante mujer recién llegada a la ciudad (Charlize Theron), que resulta que está casada con el bandido más famoso de la región (Liam Neeson). Existe la pelea en el 'saloon' de rigor, un momento de buen rollo con los nativos que viene con sobredosis de peyote incorporada y un duelo pistola en mano citado a las doce en punto. Lleva el sello de Seth MacFarlane marcado con hierro candente, así que las bromas escatológicas y los tacos groseros fluyen de un lado a otro con más generosidad que el whisky.
Pero para ser redonda le falta un trecho. La amenaza de la muerte, a pesar de su reiterativa omnipresencia, no acaba de tener consistencia. De alguna manera, el tema queda subexplotado y mitigado por un encadenado de bromas rápidas –muchas pretendidamente pasadas de moda– que se van sustituyendo a gran velocidad. Aún así, estas ocurrencias cuajan bien. Podríamos decir que es un buen entretenimiento.