Mud

Decía Nicholas Ray que el cine es una mujer que un día hará las maletas y se irá. Pues bien, Matthew McConaughey está esperando que esta mujer vuelva. Él es un fugitivo, una versión abatida y seca de Farley Granger en ‘They live by night', condenado a vagar entre los humedales de DeWitt, Arkansas, evadido de la justicia. Es, como Jesse James, un anarquista, pero él lleva cruces en los talones de las botas y hace hogueras para alejar a los malos espíritus. Es Johnny Guitar tentando la paciencia de Joan Crowford, es James Dean con serpientes tatuadas por todo el cuerpo, es un muerto entre los pantanos que parece salido de las minas de carbón. Un muerto que todavía respira. Es, como todos los machos de Ray, un llorón que esconde sus debilidades bajo las pinturas de guerra.

No hay mejor manera de enfrentarse a un arquetipo que por la vía de la subversión. En esto, Jeff Nichols es un maestro. Lo hizo en 'Take shelter', donde Michael Shannon dinamitaba la imagen del pater familias de 'suburb' gama Gregory Peck en 'Matar a un ruiseñor' con un trastorno paranoide-obsesivo que le hacía perder la cabeza. Y lo hace ahora, con este tipo de contrabandista de Moonfleet que sobrevive comiendo latas de guisantes a mogollón gracias a los favores de un chaval de 14 años, Ellis, un Huckleberry Finn con ganas de cambiar a su padre para este fuera-de- la- ley, pirata de los márgenes que duerme en una barca motora empotrada en la copa de un árbol en un islote deshabitado, lleno de arañas y culebras. Un pirata que prepara su última huida hacia aguas internacionales.

Pero la rubia por la que McConaughey derrama lágrimas cada noche, la rubia que lleva un pájaro azul tatuado entre los dedos de la mano derecha, no vuelve. Mientras él la espera mirando las estrellas, apurando las últimas colillas de cigarrillo y dedicándole letanías, ella está en un bar de carretera, borracha y dimitida, entregada a los brazos de un camionero cualquiera. Y por más que se haga el matón, este valiente corsario no tiene lo que hay que tener para ir a rescatarla, y sólo le queda lloriquear por su pérdida como un niño de teta. Porque una mujer es, como decía Ray, al igual que el cine: un pozo de excusas y trampas, de mentiras, desengaños y perdición. Pero mientras existan películas como esta algunos seguiremos profesándole una fe ciega.