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Aronofsky es un cineasta de curiosa evolución: desde la rigidez de su opera prima, 'Pi' (1998), a la grandilocuencia desorbitada que desprende su última película, ‘Noé’. En realidad, siempre ha tendido al sermón moralista. Pero sus tendencias espirituales emergen con la fuerza del diluvio universal en este film que recupera una de esas historias del Antiguo Testamento que sirven para dar ejemplo a la humanidad. Tiene un fondo ideológicamente reprobable e integrista, pero la verdad es que rescata en todo su esplendor la locura del cine bíblico clásico, su sentido del disparate, para convertirse en un 'delirium tremens' mesiánico del que cuesta apartar la vista. Aunque su mensaje maniqueo es tan infantil que enfada.