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Es una mezcla de 'Titanic' y 'Gladiator': por un lado, tenemos una insípida historia de amor interclasista –él, Milo, es un gladiador que busca vengar la muerte de su tribu; ella, Cassia, es la hija de unos ricos comerciantes romanos–; por el otro, la apocalíptica destrucción de la ciudad de Pompeya a causa de la erupción del Vesubio (79 dC) es una buena excusa para añadir espectacularidad al filme. Más allá de eso, 'Pompeya' es un nuevo ejemplo de neopéplum digitalizado y violento –sin llegar a los extremos de la serie de tele 'Spartacus'–, que Anderson sirve con fría eficiencia técnica, pero sin ningún sentido del drama ni el encanto 'camp' de filmes como 'Los últimos días de Pompeya'. Una vez exorcizado el arte, todo queda en poco más que un buen entretenimiento.