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Muchas veces los remakes de clásicos del terror de los 70 y 80 –excepto, claro, los perpetrados por Alexandre Ajà– acaban por secar el original, extrayéndole su ambarino sentido del humor, procurando asesinarlo para servirlo con la asepsia, no exenta de baños de sangre, del producto manufacturado en serie. La impertinencia de la Posesión infernal que Sam Raimi rodó a los 20 años, con su grupo de amigos y una vitalidad a prueba de plegarias satánicas, desaparecen del mapa en el debut en largo del uruguayo Fede Álvarez. La seriedad del tono, que pone el énfasis en el drama familiar y el fin de la amistad, sobreexplica lo que no necesitaba explicaciones en el original, insolente como pocos. Lo que se pierde en sentido lúdico se gana en sentido trágico, y lo que se pierde en vómitos de colores y alusiones en los cartoons de Tex Averty se gana en cúteres y automutilaciones. Todos contentos, no?