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En 'Sacramento', un cura sonado se hace bocadillos de hostias con pan con tomate. Un chiste sencillo, casero y muy nuestro, que se convierte en la mejor idea de esta meditación sobre la irreverencia iconoclasta. Como ya sucedía en la anterior película de Carlos Cañeque -'La cámara lucida'-, 'Sacramento' adopta una forma inestable, entre la metaficción (el autor se plantea diversas maneras de contar la historia) y el 'sketch', presentando diferentes personajes en paralelo que, en algunos casos, escapan del hilo conceptual del film (como, por ejemplo, un cazador donjuanesco y un falso Napoleón). El director cita como influencia e inspiración a Dreyer, Pasolini y, evidentemente, Luis Buñuel. Pero el artificio retórico con el que su pensamiento acaba llegando a la pantalla nos dice que 'Sacramento' es, seguramente, la obra de un intelectual, pero no la de un cineasta.