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To the wonder

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To the Wonder
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Time Out dice

Discrepo de los que se empecinan en justificar el cine de Terrence Malick fusilando párrafos de Heidegger sin piedad. Nunca he encontrado en sus elucubraciones metafísicas mucha más substancia que leyendo a Rhonda Byrne. Y aún así me parece, en conjunto, prodigioso. Hace dos años dejó la picota más ensangrentada que nadie cuando ‘El árbol de la vida’ se presentó en Canes. Partidarios y detractores reñimos durante muchos meses haciendo sumario de virtudes y miserias. Yo fui de los primeros, y nunca he llegado a firmar la tregua con quienes decían que era como las octavillas con la cara de Jesús que reparten los predicadores espontáneos del metro. A pesar de la argamasa de filósofos de segunda, hacía tiempo que no veía una película tan llena de vida.

Ahora me veo obligado a reconocer que 'To the wonder' me ha recordados a los spots de Hugo Boss. Es muy fina la frontera que separa la cámara incisiva de Terrence Malick de los síncopes anfetamínicos de un videoclip. Y el punto de verdad que tenían las imágenes de aquellos niños que jugaban a atrapar lagartijas por los bosques de la árida Texas, o el pelotón de ‘La delgada línea roja’, arrastrándose por el campo de batalla de la isla de Guadalcanal, aquí parece transformada en un muestrario de aquellas cartas perfumadas y pintadas con colores pastel que se comercializaban a principios de los 90. Así de falsas me resultaron las trifulcas amorosas de Ben Affleck y Olga Kurylenko.

Entiendo por qué Malick se toma convalecencias tan largas después de cada rodaje –con ‘Días del cielo’ fueron 20 años–. Nadie es capaz de volver al ruido después de una experiencia tan bestia sin someterse a unos cuantos ejercicios de desintoxicación. Esta vez se ha precipitado.

El estreno de 'El árbol de la vida' le quedaba demasiado cerca: los mismos capos de trigo, palabras oscuras sobre la existencia de Dios y un kitsch banal como el de aquel innecesario epílogo en el que Sean Penn se reunía con los fantasmas del pasado. No es la primera vez que las aficiones new age de Malick juegan en contra de su discurso. Es un sabio admirable con cierta tendencia a caer en el panfleto publicitario, como le pasaba a David LaChapelle cuando rodaba las promos de 'Lost'. Lo digo como fan decepcionado.

Escrito por Josep Lambies
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