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Torrente 5, Operación Eurovegas

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Torrente 5
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Time Out dice

El auténtico problema de Torrente no es su pinta asquerosa, al estilo Martínez el Facha, con tufo de rancio ibérico y el pin del Atlético en el pecho, que tanta gracia les hace a Sabina y compañía. Pero para qué negarlo, como caricatura de lo mejor de la fauna peninsular tiene muchas posibilidades. Incluso de producirte acidez estomacal. El problema de Torrente es que, marca España aparte, aguantarlo durante dos horas es una experiencia tediosa. No tiene pulso, ni gancho, ni ningún tipo de ritmo, y se salva solo por un programa de risas instantáneas propiciado por una borrachera de cameos estelares y disparates de medio segundo. Que si Jesulín de Ubrique con un chandal del Primarkt, que si las artríticas contorsiones de Chiquito de la Calzada, que si el Ecce Homo de Borja enterrado entre los fajos de billetes del único casino de Eurovegas que se ha llegado a levantar...

La más consistentes de las ocurrencias en esta quinta entrega es que está situada en un hipotético y catastrófico año 2018, en las calles de un Madrid fantasmal, plagado de vagabundos y ratas, que huele a quemado. Cataluña se ha independizado, España ha vuelto a la peseta –unos billetes con el busto de Felipe VI y la Leti que asustan–, la esclavitud infantil está a la orden del día y en la cárcel de Carabanchel tienen el aforo tan superado que la policía ya no se molesta en detener a los delincuentes.

Como decía, el problema de Torrente no es esta vis paródica lamentable, por mucho que parezca un refrito con aceite de girasol. Esto mismo lo ha hecho Mendoza en algunas novelas, a veces con resultados hilarantes. El auténtico problema es que alguien tendría que decirle a Santiago Segura que esto del humor no consiste solo en ir colándotelo uno tras otro. Hacer una buena comedia es mucho más complicado. Y el 'a saco', después de un cuarto de hora de 'divertimento', te acaba irritando.

Escrito por Josep Lambies
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