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Resulta complicado describir hasta que punto es demencial esta película. Decir que no tiene ni pies ni cabeza, de hecho, podría hasta convertirse en la definición adecuada, teniendo en cuenta su planteamiento argumental: dos mundos situados uno encima del otro con un sistema de gravedad independiente que impide a sus habitantes que se mezclen. Pero su problema no es que parta de una premisa absurda. Al fin y al cabo, nos encontramos en el terreno de la ciencia ficción, y en este caso, además, los paisajes fantásticos resultan de lo más sugestivos. El problema de Un amor entre dos mundos es que consigue configurar un atractivo dispositivo imaginario y lo pone al servicio de una de las tramas románticas más idiotas y cursis vistas en mucho tiempo en una pantalla, y lo que es peor, inserida dentro de un contexto política y social en el que el director es incapaz de imprimirle un mínimo de profundidad. El resultado, un pastiche absurdo que tiende al delirio pretencioso.