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Si habéis tenido la suerte, lectores, de ver aquella preciosa miniatura titulada 'Oldjoy', sabréis de qué hablo, porque 'Viaje a Surtsey' es una torpe variación. Dos amigos que hace tiempo que no se ven, el yin y el yan de la experiencia vital, emprenden una excursión de cuatro días en la montaña para rememorar viejos tiempos. La única variación significativa que introducen Pérez y Asenjo en la bella y concisa fórmula de Reichardt es que sus personajes ya son padres de familia y se llevan a sus hijos de viaje para añadir al asunto un poco de sal y pimienta intergeneracional. Nunca queda claro el fuera de campo de esta amistad, y allí donde Reichardt dejaba respirar la inmensa melancolía de las cosas acabadas, aquí las relaciones humanas funcionan a golpe de manual de autoayuda, como si llegar a la cima del Otal fuera la única manera posible de superar la erosión del tiempo, como si, en fin, casarse fuera la solución al peterpanismo de una generación sin remedio.