Time Out en tu buzón de entrada

Buscar

La extinta poética

  • Teatro, Drama
  • 5 de 5 estrellas
  • Crítica de Time Out
Publicidad

Time Out dice

5 de 5 estrellas

Autor: Eusebio Calonge. Director: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Rafael Ponce, Carmen Barrantes, Laura Gómez-Lacueva e Ingrid Magrinyà.

Pocas veces uno pone 5 estrellas a un espectáculo teatral con tanto convencimiento, seguro de que ha tenido frente a sus ojos una joya de gran valor artístico, que trasciende lo meramente escénico. Detrás de este portentoso ejercicio de creación está La Zaranda. Aunque, conviene matizarlo, no estamos estrictamente frente a un montaje de la compañía jerezana. La Zaranda es una de las compañías teatrales más veteranas del panorama patrio (cumplen 40 años en 2017), de las más respetadas y de las más admiradas por aficionados y profesionales del teatro, han corrido medio mundo con sus producciones y en Latinoamérica, especialmente en Argentina, son dioses. Sin embargo, puede que el gran público madrileño desconozca de lo que son capaces. ‘La extinta poética’ es un buen ejemplo.

Sin ser un espectáculo estrictamente de La Zaranda, porque digamos que su núcleo duro creativo, el dramaturgo Eusebio Calonge y el director Paco de La Zaranda, han sido contratados aquí para trabajar con otra compañía (Nueve de Nueve), este montaje es Zaranda por donde lo mires. Diría incluso que es más Zaranda que La Zaranda misma. Es una obra desgarradora, salvaje, punzante, desasosegante, una de esas obras que se te agarran a las tripas. No es fácil, no es para paladares acomodaticios, no es para evadirse y olvidar los problemas del día a día. No, no es ese tipo de teatro. Es para arremangarse y meter la conciencia en la masa informe de un mundo abocado al desastre. Eso, por otro lado, no es impedimento para saborear la belleza escénica más apabullante.

Sobre un lienzo vacío, el director despliega su ritual de movimientos lentos y repetitivos; los elementos, intérpretes incluidos, entran y salen componiendo cuadros que son pentagramas por los que discurre la melodía de las palabras. Y no sobra ni una palabra como no sobra ni una nota en cualquier sinfonía. De un fino hilo argumental, cuelga, sutil y contundente, la lectura trascendente que nos arroja este dibujo de la poesía en extinción. Poesía y barbarie confluyen y pugnan en escena, saltan al barro y pelean como bestias. Y la genialidad llega hasta el punto de hacernos reír. Porque La Zaranda es esperpento. La Zaranda es reflejo grotesco y deformado del ser humano.

Esos hombres y mujeres que reflejan, con gestualidad rota, las tres actrices y el actor, son los hombres y mujeres atrapados por su miedo, acomodados en su raíl de penas y dolores, dados a la adicción farmacológica y a la mensajería simplona de las televisiones. Cuatro miembros de una familia donde la poesía es una enferma tetrapléjica muy maltratada, Ofelia apocalíptica. Rafael Ponce es el padre, hombre de camiseta blanca y lamparón, de grito fácil, de sacudirse la responsabilidad, de ausentarse en el minuto y resultado, de desquiciarse a las primeras de cambio. Laura Gómez-Lacueva es la madre, lamento con patas, desperdicio del sueño que un día fue, máscara trágica. Carmen Barrantes es la hija casamentera, esperanza vestida de blanco roto, flor que se marchita. Ingrid Magrinyà es la otra hija, la tontita, la colgada, la enferma, estorbo, cruz del día a día, recuerdo de la desgracia. Los cuatro hacen un trabajo físico y vocal de impactante expresionismo. Pero Magrinyà se gana a cada espectador en su transformación final, acto escénico de belleza deslumbrante, ejemplo claro de que, hasta del patito más feo que pueda imaginarse, emerge el cisne más prodigioso. Elevación y catarsis.

Escrito por
Álvaro Vicente

Detalles

Dirección
Publicidad
También te gustará
También te gustará