Júlia Ist

Dejar el nido da miedo, sobre todo cuando tu destino no te garantiza respuestas absolutas. En el piso berlinés de Júlia no hay síes ni nos, sólo quizás. Su desubicación no es el signo de una generación, sino de un estado vital en suspensión, un desequilibrio entre lo que esperamos de la vida y lo que obtenemos de ella, y es eso lo que hace que 'Júlia ist' pueda funcionar más allá de su 'target' universitario. El Erasmus, pues, es un 'MacGuffin', un paréntesis abonado de nuevas oportunidades que enfrentan a la protagonista con su inmadurez, como aquel verano en que la Delphine de 'El rayo verde' aprovechó para buscar a su príncipe azul, siempre tentada de engañarse a sí misma.

Hay mucho de Rohmer en 'Júlia ist', donde Elena Martín parece imaginar un futuro a su personaje en 'Las amigas de Ágata'. Sin embargo, y aunque ambos filmes han sido concebidos en la cocina de la Pompeu Fabra, la declinación es más conceptual que literal. En 'Júlia ist' encontramos el mismo impulso naturalista, el mismo interés por registrar la vida en estado crudo, pero la película se fortalece concentrando sus energías en un único personaje, al que acompaña incluso en los momentos en que parece querer estar solo, rompiendo en bruscas elipsis su desconcierto en tránsito permanente.

No hay complacencia en este retrato femenino, pero sí mucha empatía: que levante la mano quien no se haya sentido extranjero alguna vez en su propia piel, buscando el afecto que quizás no está preparado para devolver.