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Un asesinato, varias mentiras y un aluvión de conspiraciones hacen del último film de Rian Johnson un placer para nostálgicos que disfrutan de tramas que crean intriga. Eso sí, el director tiene un problema de oxígeno. A ratos no deja que los diálogos se aireen suficiente, lo que resulta en unos personajes a los que les cuesta respirar. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la película cuenta con un reparto extraordinario que triunfa por sí mismo. No es nada difícil creer que la malévola Toni Collette, la explosiva Jamie Lee Curtis, los ojos saltones de Michael Shannon y la incompetencia de Don Johnson pertenezcan al mismo clan, los adinerados descendientes de un autor de best-sellers de misterio. Este último ha sido asesinado en el curso de una noche (aunque se muestra ferozmente vivo en flashbacks) y ahora la familia se intenta deshacer de interrogatorios policiales en una mansión gótica que parece sacada del Cluedo. No esperéis sutileza; es el tipo de película que, desde un principio, apunta que todo es un juego.