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La primera parte de 'Trainspotting', como 'Matrix', podía no gustar, pero tenemos que admitir que tuvo capacidad de zarandear el cine. Eran mediados de los 90, y la película de Danny Boyle tuvo el acierto de trasladar a la pantalla grande algunas de las maneras de la televisión y del videoclip. La historia de Renton, Sick Boy y Spud, tres colgados de Edimburgo dispuestos a hacer el negocio que debería cambiar sus vidas, estaba teñida de suciedad.
Veinte años después, Renton vuelve a Edimburgo tras haber birlado el dinero a sus mejores amigos. Y Danny Boyle regresa al universo que le dio la fama. El resultado, 'T2: Trainspotting', es una oda a la nostalgia, el canto del cisne de aquella película furiosa y juvenil. Los protagonistas son cuarentones: Renton quiere hacer creer a sus amigos que su vida es maravillosa, Sick Boy está enganchado a la cocaína, Spud no puede soportar su existencia y Begbie acaba de escapar de la cárcel.
Lo que ocurre en este presente tan desolador es lo de menos. Lo que importa es el recuerdo, de los 90, pero también la imagen idealizada de aquella película terriblemente incorrecta. En esta nueva secuela, Boyle incluye imágenes antiguas, que ayudan a refrescar la memoria e incentivan la nostalgia. El imberbe Ewan McGregor ha dejado de ser el niño que era. De hecho, incluso la música ha dejado de ser lo que era. Y, peor aún, el mismo Danny Boyle ha dejado de ser el cineasta, imperfecto pero irreverente, de aquella época.