¿De qué va? Dani Lechuga –ni penséis en la broma– convirtió su gastronómico carnívoro, el Caldeni, en Bardeni, un bar dedicado a la carne. De lo más democrático: aquí no hay ni reservas ni teléfonos.
¿Qué se come? Todo es para compartir, como un par de raviolis con manzana, foie y butifarra negra, oscura perdición casi líquida que se deshace en la boca. El nutricionista seguro que frunce el ceño si le decís que habéis compartido cuatro platos de carne roja. Pero un día es un día, y esto es una fiesta de buena cocina, impermeable a las modas: nada de interminables referencias de vinos o cerveza artesana. Aquí la cosa va de jugo y vicio del bueno, técnica y talento. Como unos tacos de picanha –fina como un rosbif– con foie, donde el chile no se carga la suavidad de la ternera, o un canelón de rabo de vaca con la pasta casi al dente, y un delirio de jugosidad dentro.