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No creo que nunca se haya hecho nada parecido. Ni siquiera Satyajit Ray en 'La trilogía de Apu'. Salgo de la sala con la sensación de haber vivido muchos años en una sola tarde, y sé que todo el mundo a mi alrededor lo ignora. Es como si me hubiera dejado absorber por uno de los algoritmos temporales de Marty McFly, y hubiera vuelto propulsado. Richard Linklater ha tardado doce años en rodar esta película. Doce años reducidos a tres horas. Tres horas, durante las cuales he visto como un niño crecía delante de mis narices. Un niño que hace nada iba a primaria y que ahora comienza la universidad.
Linklater había hecho tanteos en una dirección similar. Dejó pasar dieciocho años entre 'Antes del amanecer' y 'Antes de medianoche', el tiempo en que aquellos dos jóvenes de veinte y pocos que se habían conocido en un tren con escala en Viena se convirtieron en un matrimonio maduro, con hijos y reproches históricos que ya deberían haber prescrito. Dos románticos en una edad ingenua transformados por la vida. Julie Delpy y Ethan Hawke. Transformados, como Ellar Coltrane, el niño de 'Boyhood'.
El hijo de todos
¿Experiencias similares? En 1964, Paul Almond reunió a un montón de niños en un zoológico, frente al recinto del oso polar, y rodó '7 up', la primera parte de una larga serie de documentales que se han ido estrenando periódicamente en la televisión británica. El último, en mayo de 2012. Siempre con los mismos niños, que por aquellas cosas del ir sumando se hicieron adultos y ahora ya rozan los 60. Fue un experimento importante, un estudio antropológico con el rigor y la paciencia del ornitólogo que se levanta cada día al amanecer para observar los movimientos migratorios de las aves. Lo que encontraréis en 'Boyhood' no es exactamente lo mismo.
Richard Linklater se ha encarado al gran imposible del arte desde que Balzac escribió 'La obra maestra desconocida': captar la vida, tal como es. 'Boyhood' es la historia de un niño que madura. Cambia los dientes, hace el estirón y la piel le coge el áspero tacto de la adolescencia. Un niño normal, pacífico. Un niño que no intenta vivir una pubertad rimbaudiana. No va arrastrando bilis negra como un haz de leña, ni se toma el divorcio de sus padres con furia vengativa. Tan sólo quiere comprender el mundo, y mira a su alrededor, tomando medidas, intentando hacerse un lugar, como todo el mundo. Y yo, que lo he visto crecer, salgo del cine y me siento orgulloso, como si fuera mi hijo. Creo que este será el chaval con más padres del mundo.