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A pesar de contar con cerca de dos decenas de adaptaciones cinematográficas y televisivas, ‘Grandes esperanzas’ se resiste a encontrar una forma fílmica definitiva –la versión dirigida por David Lean en 1946 sería la mejor para estableces el canon-. Esto se debe a la dificultad para encontrar un tono fidedigno a la visión subjetiva de Pip, el joven herrero transmutado en gentleman, que haga creíbles los personajes concebidos por Charles Dickens, seres extraordinarios guiados por obsesiones insondables, criaturas como Miss Havisham, enclaustrada para siempre en su vestido de novia. El veterano Mike Newell, a pesar de haber luchado en mil batallas, no posee una visión profunda de la puesta en escena. Privada de este requisito indispensable, su ‘Grandes esperanzas’ convierte el acto de filmar unas páginas inmortales en un trámite incómodo.