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Esta es la historia de un chaval de veintitantos años que convirtió una canción Joan Dausà, ‘Jo mai mai’, en una comedia. Es la historia de cómo Andreu Buenafuente puso un fajo de billetes encima de la mesa para financiar un guión que estaba a punto de quedarse en un Verkami frustrado. Es la historia de unos chavales que con el frío de febrero se fueron a la playa en shorts y manga corta para ver salir el sol, como si fuera el final de una noche en vela del mes de agosto. Dicen que llevaban pegatinas térmicas para evitar el inevitable resfriado. Es la historia de cómo Francesc Colomer se lanzó a la piscina vestido de esqueleto para protegerse de una maldición maya, la historia de una heladería que abría las 24 horas, la de unos jóvenes que se metían mano en la Laie de Pau Claris, la de un cochecito de bebé atropellado en Ciutat Vella. No puedo decir que ‘Barcelona, nit d’estiu’ sea una gran película –está lejos–, pero hay tanto esfuerzo y ganas detrás que ser parte de ella durante un rato me ha hecho idiotamente feliz.