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Podríamos tomarnos 'Bernie' como un retrato demencial de su tierra, Texas, y sobre todo de la ciudad de Cartago. La historia nos habla de sus viudas,señoritas conservadas en rentas y más rentas, que pasan la tercera edad en unas mansiones como mausoleos de la América profunda, donde los salones alfombrados están llenos de trofeos de caza y taxidermia. Todas tienen el mismo héroe, Bernie, un organizador de funerales que canta en las misas de la iglesia evangelista y se dedica a consolarlo las tras haber sepultado sus maridos. Es viscoso y al mismo tiempo ingenuo, perverso ya la vez tierno, como Joaquin Phoenix en uno de sus trabajos bajo las órdenes de Paul Thomas Anderson. Aquí el quid de la cuestión.
Contra las cuerdas
Linklater no lo juzga, pero nos fuerza a hacerlo, y esto es tener muy mala baba. Bernie no parece un playboy tipo William Holden en Sunset boulevard. No se acuesta con las ancianas para que le llenen los bolsillos. Simplemente, las cuida y maquilla, y les saca los pelos de la barba con pincetes como si fueran un cadáver relleno de algodón para el velatorio. Los vecinos lo adoran, incluso después de coser a tiros una octogenaria y la meter-la en un congelador, entre bolsas de guisantes y medianas. Un ciudadano abnegado y buen cristiano. Un sonado penoso y sin escrúpulos. Culpable o inocente? Linklater tira la pregunta en el aire. Y santas pascuas.