[title]
En una escena de esta lamentable comedia à la Woody Allen, Marion (Julie Delpy) inaugura su primera exposición fotográfica en Manhattan vendiendo su alma, performance sarcástica del narcisismo del mundo del arte. Es una idea del todo cínica, porque toda la película está organizada en torno a un egotrip sin límites que no deja respirar a los personajes que rodean Delpy, condenados a una caricatura vulgar y estridente, ni tampoco sabe desarrollar el subtexto melancólico de su biografía, ya explotado en Dos días en París (2007). La visita a Nueva York del padre de Marion, acompañado de la hermana y su novio, es un infierno para el espectador, obligado a consumir un gag por segundo, una parodia del choque intercultural por minuto (a menudo con notas al pie xenófobas y / o escatológicas) y una broma sexista cada cuarto de hora. Ni el Chris Rock de El quinto elemento fue capaz de provocar tanta irritación en este crítico como esta Delpy histérica y condescendiente.