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'El encargo' comienza haciendo honor a la economía narrativa de la serie B, empleando elipsis generosas, casi radicales. Pero sólo es un espejismo, ya que la película no tarda en perderse en la iluminación artificiosa y en una banda sonora enrarecida. Y cuando ya creíamos encontrarnos ante el enésimo caso de mala digestión lynchiana, el film vuelve a cambiar de opinión y apuesta por los giros de guión más o menos ingeniosos.
Esta indecisión convierte 'El encargo' en un film sin tono ni textura, que da vueltas sobre sí mismo intentando ser algo más que una anécdota 'noir'. Y mientras el debutante David Grovic cita como referentes la tragedia griega y los cuentos psicoanalíticos, Robert De Niro compone una interpretación de barraca de feria, consciente de que la única redención posible para este título radica en perder la vergüenza y explotar el histriónico juego de los subgéneros.