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En ‘De tal padre, tal hijo’, Hirokazu Kore-eda partía de una premisa muy parecida a la que lleva a Lorraine Lévy a hacer ‘El hijo del otro’: cómo afectaría a dos familias descubrir tardíamente que, en la maternidad, un error humano les intercambió los hijos. Allí donde el cineasta japonés hacía un melodrama de raíces spielbergianas, la francesa Lorraine Lévy complica la ecuación situando esta desafortunada permuta en el centro de los conflictos entre Israel y Palestina. Los problemas de verosimilitud del punto de partida se incrementan proporcionalmente en la edad de los protagonistas, que aquí ya son dos postadolescentes, pero los dilemas morales ganan en entidad dramática y lecturas simbólicas. Se entienden los pesares de los padres –uno es un coronel israelí, y el otro, un ingeniero que solo puede trabajar de mecánico– y las dudas delos hijos, pero incluso así, la celebración de la reconciliación entre opresores y oprimidos acaba siendo demasiado disneyana.