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Es gratificante disfrutar de una película que, aunque dinamita los (malos) hábitos del film de época, te ofrece la misma experiencia que la de haber leído una novela decimonónica de 600 páginas. Viéndola notas el peso del tiempo, los caprichos del destino y la fatalidad y, sobre todo, la profundidad psicológica y emocional en el retrato de un personaje en un paisaje trágico. Como ya hizo en su película anterior, 'La ley del mercado', Stéphane Brizé se engancha a su heroína para que entendamos que, por mucho que la vida la haga caer una vez tras otra, quizás será su conmovedora humanidad la que la salve 'in extremis' de su locura. Brizé enclaustra a su Jeannette en encuadres cerrados, claustrofóbicos, para minimizar el decorativismo de la reconstrucción histórica y para hacer de su drama, definido por la opresión de género y las dificultades económicas, una cuestión universal. El resultado es una película sutil y sobrecogedora, que tendría que servir para convertir a Judith Chemla en la gran joven promesa del cine francés.