El postre de la alegría

Tiene cara de ser una mal ventilada mezcla entre la atmósfera enrarecida de la roulotte donde Bryan Cranston hacía travesuras a los primeros capítulos de 'Breaking bad' y la cocina de las viejas hechiceras de 'Arsénico por compasión' . He aquí la sinopsis: una septuagenaria medio descapitalizada inventa un negocio de pasteles de hachís con las compañeras de brisca y termina montada en el dolar. ¿Irreverente? Ni de lejos. Ni el pulso trepidante de Gilligan ni el humor negro de Capra han llegado a tiempo de hacer cuajar la tortilla. Comedias que aspiran a rompernos los esquemas se han hecho siempre, y hay algo más que una idea inverosímil para rascar el delirio. Pero esto se le escapa un poco al buen gusto francés de los últimos años Toda la gracia que puede tener la imagen de una anciana 'dumpster diver' que acaba haciendo de narcotraficante se va por el agujero del fregadero cuando la película se entrega a la filosofía del 'cupcake' , a esta especie de cuento de hadas lleno de lecciones de buena conducta sin media gota de mala leche. Deberíamos ir aceptando que en este mundo también hay mala gente.