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Que una película sobre una expedición catastrófica al Everest, basada en hechos reales, la puedan ver sin problemas todos los que sufren de mal de altura, debería hacernos arrugar el entrecejo. El islandés Baltasar Kormákur no quiso tensar la cuerda del sensacionalismo, lo que se agradece, pero atomizando los centros de interés del accidentado descenso de la montaña e ignorando, desde la puesta en escena, la ominosa amenaza que representa, consigue que el espectador pierda la brújula y la noción de verticalidad, y que ni siquiera le llegue la onda expansiva de la crítica a la popularización indiscriminada del turismo de riesgo. Las 3D no ayudan a hacer el proceso de inmersión que necesitaba este 'survival' sin sensación de peligro que acaba muriendo por hipotermia.