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Ritmo impecable, un sentido de la aventura trepidante, un aroma nostálgico llamativo, estética retro y unos personajes dotados de un carisma irresistible. La fórmula de la primera parte de 'Guardianes de la galaxia' fue un golpe de aire fresco en los despachos de Marvel, que necesitaba urgentemente un producto diferente y con un punto de insolencia que lo alejara del modelo de superhéroes torturados que en los últimos tiempos se había empeñado en practicar.
Quizás uno de los secretos de este éxito se encuentra en la elección del cineasta que han puesto a la cabeza del proyecto: James Gunn, formado en la productora Troma, supo combinar el aliento 'trash' artesanal, el entretenimiento puro de la 'space opera pulp' con la fastuosidad de los efectos especiales de última generación sin perder ni gota de su idiosincrasia.
En esta segunda parte, Gunn repite el modelo previo y aporta un toque majestuoso de tragedia griega, que se hace especialmente presente a la hora de retratar las relaciones entre los personajes. También destaca una espectacularidad visual de carácter casi psicodélico que se manifiesta en una explosión multicolor. Es una película con una energía desbordante, quizás un poco desarticulada narrativamente –a veces, la estructura del relato se agrieta–, pero todo queda compensado a través de una enorme belleza sinfónica, que arrastra una capacidad autoparódica y metareferencial contagiosa y capaz de generar emociones puras. Os acabará robando el corazón.