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En el manga de Kengo Hanazawa en el que se basa la película, el protagonista no tiene el primer encuentro frontal con un zombi hasta pasadas 200 páginas. En cambio, en la adaptación de Shinsuke Sato, este evento se produce en los primeros veinte minutos. La compresión temporal traiciona la deriva que caracteriza la obra de Hanazawa, pero el filme tiene éxito a la hora de introducir los muertos vivientes en el paisaje y la idiosincrasia japonesa, distinguiéndose del modelo anglosajón en detalles como la trascendencia que tiene la entrada en escena de una escopeta en un país donde las armas de fuego están rigurosamente controladas. O, también, en la escalofriante caracterización de unos zombis atrapados en el gesto que determinaba la rutina de cada individuo, que ponen en escena un impactante comentario sobre los aspectos más alienantes de la sociedad nipona.