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Un panadero judío y su ayudante musulmán protagonizan esta comedia que no nos ahorra ninguno de los tópicos habituales en el cine del 'buen rollo'. Por un lado, el dueño del negocio es un solitario malhumorado y gruñón. Por el otro, el chico procede de los bajos fondos y trafica con marihuana. Y por supuesto, la combinación provocará a la vez situaciones cómicas y construirá un mensaje aleccionador: todos podemos reír juntos como buenos hermanos, más allá de nuestras creencias. John Goldschmidt, el director, no hace absolutamente nada para otorgar a esta fábula social –tan amable como torpe– un mínimo de densidad o complejidad. Y su 'ligereza' es traduce finalmente en una alarmante incompetencia: esto no es una película, sino un producto de marketing.